Las reacciones a la entrevista que el P. Antonio Spadaro SJ hizo al Papa Francisco y que se publicó hace unos días han sido bastante dispersas y de signos opuestos. Un periódico español ostentaba el titular «Jamás he sido de derechas». En otros medios se podían leer encabezados como: «El Papa rechaza la “injerencia espiritual” con gays y divorciados”; «Pide Papa dejar de pelear por aborto y gays»; «Papa Francisco dice “soy un pecador”»; «Para el Papa lo primero es el Evangelio y después la doctrina» y «Vientos de cambio en la Iglesia».
Surge inevitable la pregunta: ¿está el Papa Francisco cambiando la doctrina de la Iglesia? Creo que la mejor manera de responder debe ser la lectura pausada y serena de la entrevista misma. No bastan los titulares. En ella el Santo Padre nos abre una ventana para conocerlo casi personalmente, y es siempre reductivo e injusto que alguien determine que una única frase, sacada de contexto, sea la clave interpretativa de todo su pensamiento expresado en un texto bastante amplio.
El Papa utiliza una imagen audaz de cómo él ve a la Iglesia: como un hospital de campaña después de una batalla. Ahí hay hombres y mujeres con heridas atroces, al borde de la muerte. Lo más importante no es hacerles cirugía estética en ese momento, sino salvarles la vida. Y, en el ámbito espiritual, Francisco está profundamente convencido de que la exhortación de San Pablo a los romanos sigue siendo verdad: «si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo»[1] .
Ya hace unos años el Cardenal Jorge Bergoglio influyó con sus ideas y su “cristocentrismo” en el Documento de Aparecida. Ahí los obispos de América Latina invitaban a toda la Iglesia a salir de una «pastoral de conservación» quizás un poco cómoda y conformista y movilizarse en un compromiso misionero que saliera a buscar a los alejados. Y lo primero es el anuncio de Jesucristo, de su amor, de su misericordia, de su buena notica, de lo que Dios ha hecho por cada hombre. Después vendrán las exigencias morales y religiosas. Primero salvar la vida, luego lo demás.
Me impresiona que el Papa mencione el cuadro «La crucifixión blanca» que Marc Chagall pintó en 1938. Ahí aparece Jesucristo como un mártir judío, rodeado de las tragedias que son consecuencia de ideologías inmanentistas que prometían al hombre la felicidad. Y está Jesucristo en el centro... Parecería que Francisco nos quiere recordar que es Cristo la medicina que el hombre necesita. No una serie de normas morales que, sin la referencia al Señor, resultan pesadas y poco atractivas y que se llevan sólo por Él y con Él. De suyo, así hacía San Pablo: primero habla en sus cartas del misterio del amor de Dios a todos los hombres en Cristo y después afronta las exigencias de esta relación con Él.
Cuando me tocó colaborar con algunos medios de comunicación para el Cónclave, era bastante previsible que los periodistas preguntarían sobre los homosexuales, el aborto, los divorciados vueltos a casar y los anticonceptivos. Lo que el Papa está diciendo es que no podemos reducir la Iglesia a estos temas. Son importantes, sin duda. Son temas candentes. Pero no son lo esencial. Lo importante y más urgente es que todos los hombres puedan encontrarse con Jesucristo, una persona viva, que dé una nueva orientación y abra nuevos horizontes a sus vidas[2]. Es una invitación a ver más allá de estos temas.
El Papa Francisco, con gran audacia y sencillez, afirma que él es hijo de la Iglesia y que cree en su doctrina. Él no es de derechas ni de izquierdas. No es progresista ni conservador. Es un pastor que quiere implementar el Concilio Vaticano II, que entre sus documentos más insignes recuerda que es Jesucristo quien revela el hombre al hombre [3]. Y por eso, lo que más desea, es que la Iglesia entera –y él parece ser el primero- salga a las periferias a compartir con todos, especialmente con quienes están lejos y quienes sufren, la alegría del amor de Jesucristo. Me parece que lo que más desea es que, cuando una persona se mire en el espejo, independientemente de su situación moral, de su ideología política o de su orientación sexual pueda ver reflejado a un hombre o una mujer que es apasionadamente amado por Dios en Cristo.
¿Es entonces Francisco un Papa progresista que está rompiendo con la doctrina de la Iglesia? Yo creo que no. Creo que nos está ayudando a centrarnos en lo verdaderamente importante. Creo que es un pastor que quiere buscar a la oveja perdida y sacar de la autocomplacencia a la que quizás todavía está en el redil quizás preocupada por cosas secundarias y “autorreferenciales”. Creo que es simplemente un muy buen católico y un buen pastor, que nos confirma en la fe y nos enseña cómo se evangeliza hoy.
[1] Romanos 10,9
[2] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus Caritas est, n. 1.
[3] cf. Gaudium et spes, n. 22