A pesar de sus 23 años de trabajo junto a Juan Pablo II, la vida de Joseph Ratzinger era casi un misterio.
Su
tarea como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe le
había creado la fama de guardián de la ortodoxia frente al peligro del
marxismo o las infiltraciones de herejías y errores.
En realidad, Joseph Ratzinger es un teólogo de fama internacional,
que destacó ya en el Concilio Vaticano II. Y autor de decenas de libros
y ensayos de teología.
“... fe y ciencia -es decir, la
relación humana que abre la persona a Dios- no se oponen. Al contrario,
la ciencia exige esta complementariedad, exige esta dimensión más alta,
de una compresión del hombre en cuanto tal”.
En 1977, a los
50 años, superó su timidez para hablar de sí mismo y publicó un libro de
recuerdos, gracias al cual sabemos los principales datos de su
biografía.
Sus antepasados eran agricultores de la baja Baviera.
Joseph, el tercero de los hermanos Ratzinger, nació un sábado santo y
fue bautizado al día siguiente, domingo de Pascua, con el agua recién
bendecida durante la Vigilia. Una coincidencia que se quedó grabada en
su alma.
En la alegría de Cristo resucitado, fiados en su ayuda
permanente, iremos adelante. El Señor nos ayudará y María su Santísima
Madre estará de nuestra parte.
Con sólo los doce años, animado
por el párroco, entró en el seminario, siguiendo los pasos de su hermano
mayor. Era 1939: año del inicio de la segunda guerra mundial.
Enseguida,
el ejército nazi enrola a la fuerza a muchos adolescentes, entre ellos a
Joseph. En mayo de 1945 se escapa, pero es identificado como soldado y
le encierran en un campo de prisioneros.
Un mes después, Joseph
puede volver al seminario, y en 1951 es ordenado sacerdote. Dos años
después presenta su tesis doctoral, sobre San Agustín. De ahí arranca su
devoción al santo de Hipona.
También cultivó la devoción a San Benito, patrón del monaquismo y de Europa.
Enseña
teología en las prestigiosas universidades de Bonn, Munster, Tubinga y
Ratisbona. En 1977, Pablo VI le nombra arzobispo de Munich. Estando allí
participa en los cónclaves que eligieron a Juan Pablo I y Juan Pablo
II.
El Papa Wojtyla requiere enseguida sus servicios en Roma, y
abandona Munich tras sólo cuatro años en la capital bávara. En estos 23
años romanos ha sabido compaginar el trabajo en la curia con
conferencias, publicaciones, y ratos de ocio: entre ellos sus paseos por
el barrio romano del Borgo, donde se encuentra su restaurante favorito:
Su ilusión, retirarse al final de su vida para dedicarse a estudiar y a escribir. Un deseo que no podrá realizar.
Fuente del articulo (ROME REPORTS TV News Agency)