miércoles, 13 de febrero de 2013

Carta del P. Álvaro con motivo de la Cuaresma


¡Venga tu Reino!


ALVARO CORCUERA,L.C.


Miércoles de ceniza, 13 de febrero de 2013


A todos los legionarios de Cristo
y a los miembros y amigos del movimiento Regnum Christi

Muy queridos en Cristo:

Les mando con mucho gusto un saludo afectuoso, esperando de corazón que se encuentren bien y que Dios nuestro Señor esté acompañándoles y bendiciéndoles. Quisiera volver a agradecerles por todas sus oraciones, por tantas muestras de cercanía. En verdad que no sé cómo puedo hacerlo de manera suficiente. Veo en ustedes el rostro de la bondad de Dios. Experimento aquello de San Pablo: sabiendo que somos un solo cuerpo, no hay quien enferme sin que también los demás compartamos su enfermedad, no hay quien se alegre sin que los demás compartamos su alegría. La única forma que puedo responder es aprovechar este período como una oportunidad para ofrecerlo todo por ustedes. También quisiera recordar a todos los enfermos: a los que están solos, a los que padecen su dolor en pobreza. Nos unimos a ellos de una manera particular.

Ahora estoy terminando los primeros días de tratamiento de radiaciones y quimio. La primera fase se concluye el día 13 de marzo, si Dios quiere. Luego habrá un período de interrupción y reiniciará el procedimiento, con intervalos, hasta mediados de septiembre u octubre; irá dependiendo también de la evolución. Los médicos y personal del hospital, además de su profesionalidad, lo hacen con una gran atención espiritual y humana. Les puedo asegurar que experimento en cada momento la fuerza de sus oraciones. La oración todo lo puede y las suyas no sólo las agradezco con todo mi corazón sino que me llenan de ánimo, me comprometen y me llenan de paz y confianza.

Estamos por comenzar la Cuaresma y es un período que la Sagrada Escritura nos lo describe con un verbo: caminar. Esto se ve en el éxodo del Pueblo de Israel en el desierto y, de modo particular, en toda la vida de Jesucristo, que es su peregrinación en la Tierra: el largo caminar de nuestro Redentor, de nuestro Amigo fiel, de quien pasó haciendo el bien.

Por eso, para nosotros la Cuaresma es un caminar por el desierto, un momento que puede ser cuando nosotros nos podemos desprender de muchas cosas, cuando no tenemos nada o cuando experimentamos la sequedad, las pruebas, las tentaciones o las dificultades. Y ¿qué hacer? Dirigir nuestra mirada a Dios: «Sólo Tú, Señor». Él es el que llena nuestra vida de sentido, el que creándonos por amor nos lleva por ese camino, nos conduce a un destino final que es el Amor Pleno.

Jesucristo recorrió este largo camino y vemos que, al final de su vida, la entrega de sí mismo en cada momento no fue para llegar a una gloria humana. Su caminar culminó en el extremo de la Pasión: Getsemaní; la coronación de espinas y la flagelación; la pasión de María viéndolo y pensando en Él; cómo lo hemos juzgado de una manera tremenda, ridiculizado y golpeado; cargando su propia cruz por cada uno de nosotros y muriendo en ella. Y esto simplemente por amor a ti y a mí.

Pero es una Cuaresma que acaba en la Resurrección y es lo que nos debe llenar de esperanza. Él al resucitar nos ha dado la nueva vida, y por eso el hombre está llamado a ser feliz, porque Dios lo ha llamado a la felicidad suprema. Él nos abrió estas puertas enseñándonos el camino y el fin, que es su mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

La Cuaresma es también tiempo de oración. Es un buen momento para examinar cómo oramos y agradecer a Dios lo que esto significa. San Pablo repetía: rezad sin interrupción. La oración es una conversación íntima con quien sabemos que nos ama, saber escucharlo. Además, Él es el que toma la iniciativa, el que quiere estar con cada uno de sus hijos: «estoy a la puerta de tu casa, si me abres entraré y me quedaré a cenar contigo» (cf. Libro del Apocalipsis). Nosotros tenemos la manija de la puerta, Él entra y se queda a cenar con nosotros. Y podemos decir como los discípulos de Emaús: «Señor, quédate con nosotros que se hace tarde. Contigo todo es diferente».

En este contexto de oración y de camino cuaresmal, quisiera reflexionar con ustedes la oración que Cristo mismo nos enseñó, el Padrenuestro. Espero que estas reflexiones, dictadas a voz alta, les puedan ser de ayuda para este período que iniciamos con toda la Iglesia y que también sean un modo de manifestar mi cercanía y gratitud por todo lo que ustedes son y me han dado en este tiempo.

1. Padre Nuestro:

Cuántas meditaciones podemos hacer a lo largo de toda nuestra vida diciéndole a Dios un «gracias» por ser un Padre infinitamente bondadoso: «Señor, en tu Omnipotencia se refleja el amor que no tiene límites, que se inclina hacia mí, que nos da cariño, que anhela estar con sus hijos».

La oración de Jesucristo está en plural: Padre Nuestro. No es una petición individual, porque todos somos creados por Él a imagen y semejanza suya. ¿Y cuál es esta imagen y semejanza? El amor. Somos una familia, hijos del mismo Padre amoroso. Y aunque seamos de diferentes culturas o circunstancias, sabemos que para el cielo el pasaporte es el mismo: el amor. ¡Qué tristeza contemplar las divisiones, las guerras, tantas situaciones dolorosas! Debemos meditar que si somos hijos del mismo Dios somos una familia, un solo cuerpo. Que nos recuerden con aquellas palabras de los inicios del cristianismo: «mirad cómo se aman».

2. Que estás en los cielos:

Dios nos hace ver el cielo. En este periodo que Dios me invita a ofrecer, esta meditación me es muy cercana. No imaginamos lo que es el cielo, pero podemos experimentar tantos signos maravillosos que van reflejándolo. No sólo en la naturaleza, que tanto nos acerca a Dios, sino también en el corazón y bondad del hombre. Yo lo he visto cada día en cada uno de ustedes: es ya un pedazo del cielo que vivimos aquí en la tierra.

El sentido apostólico de nuestra vida es justamente esto: transmitir este amor y este anhelo por la eternidad. No tanto darnos, sino caminar hacia el cielo con esperanza y no con un “a ver si llego”, sino con la seguridad y alegría de que Dios nos llama y nos da todos los medios para llevarnos, como Buen Pastor, a nuestra Patria definitiva.

3. Santificado sea tu nombre:

Le pedimos esto a Dios como hijos y creaturas suyas. Nosotros no nos dimos la vida, no colocamos en nuestro interior la capacidad de amar, los dones que Él nos ha dado para llegar a la plenitud en el amor. Lo hemos recibido todo y por eso queremos que su nombre sea santificado, que sea Él el Señor de nuestra vida. Y eso nos llenará de paz y gozo: «Señor, que Tú seas todo para mí».

Cuando vivimos esta realidad, evitamos la esclavitud de ser nosotros los importantes, buscando la gloria del mundo, que es un mero espejismo. Creo que a veces es más difícil manejar las situaciones de halagos que las de fracasos o dificultades. ¿Qué hacer? Cristo nos los dice: «Sed santos como vuestro Padre celestial es santo». Estamos hechos a imagen de Dios y nuestra vocación a la santidad es participar de la santidad de Él, realizando su querer y dándonos a Él y a nuestros hermanos los hombres. En este contexto cada jornada debe ser santificada y vivida desde arriba, desde aquello que no termina. Esto significa ser apóstoles del nombre y del amor de Dios.

4. Venga tu Reino:

Es nuestro lema, nuestra vocación. Dios nos llama a extender este Reino de amor. Nuestra vida no es hacer apostolado, sino ser apóstoles del amor de Cristo. Y, ¿cómo es este Reino? Particularmente con dos características:

a. Reino de la humildad: por eso Dios se nos revela como manso y humilde. Cuando le pedimos «Señor, haz mi corazón semejante al tuyo», es pedirle que nos haga humildes. Y así es como tenemos paz, así es cuando Dios nos libera de la esclavitud del orgullo. Todos queremos ser felices, pero ¿está la felicidad en aquellas cosas que pasan? La felicidad de Dios es más profunda: es reconocer a Dios como el Padre de nuestra vida.

b. Reino de la caridad: es un don de Dios, pues no es sólo hacer el bien, sino comunicar el rostro de Dios a todos. No es dar lo que tengo, sino darme a mí mismo, en lo pequeño y en lo grande. Una experiencia de estos días. Un poco antes de la operación, me encontré tantas personas llenas de caridad. En el aeropuerto de Hartford, la señora que se encargaba de los boletos vio que no estaba bien y me pidió que no volara. Llamó a los paramédicos y ellos, con grandísima bondad, hicieron un pequeño examen y me dijeron: «Padre, sé que quizás no le guste, pero no puede volar». Me subieron a una ambulancia y, desde entonces, ya no me acuerdo de nada hasta después de varios días. Y lo que recuerdo cuando abrí los ojos, fueron los gestos de cercanía y de consuelo de la gente que estaba ahí al lado: mis hermanos legionarios y mis hermanos y hermanas del Movimiento, representándolos a cada uno de ustedes; tantos amigos; la cercanía de mi familia (mis hermanas y mi hermano); los padres que me cuidaron y me cuidan con tantísima caridad; el P. Sylvester que vino especialmente a verme. Recuerdo muy poco, pero sí recuerdo el consuelo, las palabras de apoyo; se me quedaron muy grabadas. Es la caridad que no tiene límites, es el vivir las obras de misericordia con todo el corazón, siguiendo la fuerza del Espíritu Santo Consolador. Es esa caridad que se transmite aún sin darse cuenta: una palabra, una mirada, un gesto ordinario o incluso heroico.

Que el «Venga tu Reino» nos llene de entusiasmo apostólico. ¡Cómo sería el mundo con el amor como la fuerza de nuestra vida! «El amor es más fuerte». ¡Cuántas veces escuchamos a Juan Pablo II decirnos: abre tu corazón de par en par, deja entrar a Cristo en tu corazón! El amor es más fuerte que el temor y que la muerte.

5. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo:

El salmo 118 nos dice «tu voluntad es mi delicia, cuánto amo tu voluntad». Cuando le decimos «Hágase tu voluntad» simplemente le ofrecemos nuestra vida para ser feliz. ¿Cuál es la Voluntad de Dios? Que seas feliz, que vivas en el amor, en la alegría profunda de decir: «Señor, lo que Tú quieras y como Tú lo quieras es, por mucho, lo mejor». A veces nos da miedo lo que Dios quiere de nosotros, pero Él sabe. Sus caminos no son los nuestros; son infinitamente superiores.

Y el «hágase tu voluntad» no es sólo para mí, sino que lo rezamos como familia. Es una invitación a comunicar este gozo de estar unidos como hermanos en la voluntad del Padre: «Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros» (Rom 12, 9-10). Queremos que nuestros hermanos también realicen el querer de Dios. Todos estamos heridos por el pecado y es más fácil cumplir la propia voluntad y querer sobresalir de los demás. Pero hay que buscar que sea el otro más amado, más estimado. Que cuando nos pregunten «¿cómo estás?», la mejor respuesta sea: «si tú estás bien, yo estoy bien, pues quiero estar contigo en las buenas y en las malas».

6. Danos hoy nuestro pan de cada día:

Jesucristo en el desierto asocia el pan a la voluntad del Padre. «Señor, danos, hoy, la fuerza, para discernir cuál es mi verdadero alimento: la Eucaristía». En estos días que no estaba consciente, al despertarme era el 6 de enerome di cuenta que hacía varios días que no había recibido la Eucaristía. Y se me vino a la mente la idea de que estaba la misa del Papa, la de Epifanía. Y ahí en la terapia intensiva, estaba una televisión que era difícil seguir, pero una enfermera puso la misa del Papa. Recuerdo poco, pero sí recuerdo el anhelo de recibir a Cristo y me di cuenta que, como en la Epifanía, Jesucristo nos hace ver la luz y ahí, en la Eucaristía, todo es posible. Como sacerdotes, cuando estamos consagrando, qué maravilloso es escuchar a Cristo: «Hijo, ¡gracias porque puedo estar en tus manos y puedo también estar en el corazón de todos los hombres».

Por otro lado, pedimos todos los días por la gente más necesitada, la más pobre. ¡Cuánto quisiéramos aliviar la pobreza de tantos! Gracias a Dios, ya se hace mucho bien: orfanatos, asilos, hospitales. Y la caridad es justamente la forma como todos los hombres más nos unimos.

7. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden:

¡Qué petición tan maravillosa!« Perdóname Señor por lo que te he herido en el prójimo, perdóname por todo lo que no hice y que tú hubieras querido hacer por medio de mí. Perdón, Señor, por mis ofensas». El pecado es la tristeza profunda del hombre.

El pedir perdón y el perdonar nos libera. Todos somos pecadores y sentimos el remordimiento por nuestros pecados. Pero eso no nos debe quitar la paz. Dios es tan bueno que nos ama estemos o no en pecado. Como Padre de misericordia sale corriendo a abrazarnos y hace que en el pecado sea cuando experimentemos más su amor. ¡Qué bueno es Él! Y esto es lo que sucede cada vez que acudimos a la confesión; es el abrazo de Dios diciéndonos: «Hijo, qué feliz estoy contigo». Y más que un exponer nuestras faltas es un encuentro íntimo con Jesucristo, que verdaderamente me sana. Él, como Buen Pastor, no sólo va delante de nosotros, sino también detrás de nosotros, para que no nos quedemos con remordimientos o pensamientos que puedan desanimarnos, sino que nos dice un «ánimo, yo te amo».

El perdón nos hace también ser más compasivos con el prójimo. ¡Cuánto nos condiciona el creernos mejores que los demás! La oración de San Pedro es un remedio contra esto: «apártate de mí, porque soy un pecador». ¡Cuánto libera perdonar de corazón, sin la esclavitud del rencor, sin el querer que al otro le vaya mal de alguna manera! En lo personal sólo he recibido beneficios, pero incluso en los momentos en que uno tiene que perdonar hay que intentar no guardarse nada, sino al contrario: pedir por ellos y pedir por los que nosotros hemos lastimado.

Dios no nos quiere triste, Dios nos quiere en paz y feliz. Por eso, del perdón brota también la caridad, el deseo de que todos experimentemos el amor de Jesucristo, que lo conozcamos más para enamorarnos más.

El otro día, antes de una de las radiaciones, le decía a una enfermera: «Cuánto sufrimiento debe ver todos los días». «Sí -me respondió- mucho». Y yo le dije: «Pero ¡qué feliz debe de verla Dios a usted y qué feliz debe estar usted al ver cuántos dolores alivia y cuánto bien hace, a cuántas personas usted está curando». Y la enfermera me respondió: «Soy profundamente feliz dando y aliviando de alguna manera el dolor de los demás». Esta es caridad auténtica: darse sin otra recompensa que el alivio del corazón del otro.

8. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal:

Para la tentación, Jesucristo nos recomienda que vigilemos y oremos. Para eso, lo primero es reconocer que somos frágiles, que todos somos tentados. Pero no nos debe atemorizar, pues Dios nos da muchas más gracias y fuerzas de las que necesitamos para vencer la prueba de cualquier tipo. La tentación es una oportunidad para volver a Él, para renovar nuestro amor, para decir: «Señor, yo sé que contigo todo lo puedo».

Hay un texto muy hermoso de San Agustín que habla de las tentaciones de Jesús en el desierto. Ahí se pregunta ¿por qué fue tentado Jesús? Y responde: para que nos demos cuenta que no estamos solos en la tentación. Él quiso ser tentado por nosotros y de ahí saldrán verdaderas bendiciones para que podamos asemejarnos más a Cristo y experimentar la fuerza de Dios.

Llevamos un tesoro en vasijas frágiles y las pruebas son las manos del Alfarero que van moldeando nuestra vida, ayudándonos a darnos cuenta de los talentos que tenemos y que debemos ponerlos al servicio del amor a Dios y al prójimo. Por eso, tenemos que ser realistas: nuestra vida es un camino que pasa por la prueba, por la cruz. Pero, al mismo tiempo, debemos tener la certeza de que el Amor es mucho más fuerte y será Él, si nosotros le dejamos, el que nos librará del mal.

Me alegra mucho compartir estas reflexiones, que durante este período he tenido en el corazón buscando unirme más a ustedes y expresarles mi gratitud. Antes de terminar, agradezco mucho a los padres que han transcrito estas palabras en esta carta para que les lleguen a ustedes. También quisiera de modo particular agradecer las muestras de cercanía de numerosos obispos y de representantes de diversos movimientos y asociaciones religiosas: mil gracias de corazón, a nombre de la Legión y el Movimiento. Cada uno estamos en la parcela que Dios nos ha encomendado según nuestro carisma en este campo maravilloso de nuestra Iglesia, unidos con toda nuestra fuerza para predicar el Evangelio y servir con el corazón y sin límite alguno a nuestros hermanos los hombres; la caridad es la fuerza de nuestra Iglesia. Les invito a seguir orando por el Papa Benedicto, por su salud y por todas sus intenciones. Y, por supuesto, aprovecho para agradecer al Cardenal Velasio De Paolis por su guía paterna y segura en este camino providencial de renovación.

Colocamos toda nuestra vida en manos de la Santísima Virgen. Qué maravilloso descubrir su mirada serena, cariñosa, tierna, que te llena de paz, que está todo el día velando por ti. A Ella pido de corazón por cada uno de ustedes en el inicio de esta Cuaresma. Un abrazo fuerte y les pido una oración.

Afectísimo en Cristo, 








NB. Terminé de grabar esta carta la semana pasada y la envío después de conocer la noticia de la renuncia del Papa Benedicto XVI. Le agradecemos profundamente su servicio y este gesto de humildad y de amor a la Iglesia. Les invito a todos a agradecer mucho al Papa, a acompañarle en la oración y a renovarle nuestra adhesión y fidelidad total.