¡Venga tu Reino!
ALVARO CORCUERA,L.C.
y a los miembros y amigos del movimiento Regnum Christi
1. Padre Nuestro:
2. Que estás en los cielos:
3. Santificado sea tu nombre:
4. Venga tu Reino:
6. Danos hoy nuestro pan de cada día:
7. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden:
8. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal:
Afectísimo en Cristo,
NB. Terminé de grabar esta carta la semana pasada y la envío después de conocer la noticia de la renuncia del Papa Benedicto XVI. Le agradecemos profundamente su servicio y este gesto de humildad y de amor a la Iglesia. Les invito a todos a agradecer mucho al Papa, a acompañarle en la oración y a renovarle nuestra adhesión y fidelidad total.
Miércoles de ceniza, 13 de febrero de 2013
A todos los legionarios de Cristo
Muy queridos en Cristo:
Les mando con mucho gusto un saludo afectuoso, esperando de corazón
que se encuentren bien y que Dios nuestro Señor esté acompañándoles y
bendiciéndoles. Quisiera volver a agradecerles por todas sus oraciones, por
tantas muestras de cercanía. En verdad que no sé cómo puedo hacerlo de
manera suficiente. Veo en ustedes el rostro de la bondad de Dios.
Experimento aquello de San Pablo: sabiendo que somos un solo cuerpo, no
hay quien enferme sin que también los demás compartamos su enfermedad,
no hay quien se alegre sin que los demás compartamos su alegría. La única
forma que puedo responder es aprovechar este período como una oportunidad
para ofrecerlo todo por ustedes. También quisiera recordar a todos los
enfermos: a los que están solos, a los que padecen su dolor en pobreza. Nos
unimos a ellos de una manera particular.
Ahora estoy terminando los primeros días de tratamiento de radiaciones y
quimio. La primera fase se concluye el día 13 de marzo, si Dios quiere. Luego
habrá un período de interrupción y reiniciará el procedimiento, con intervalos,
hasta mediados de septiembre u octubre; irá dependiendo también de la
evolución. Los médicos y personal del hospital, además de su profesionalidad,
lo hacen con una gran atención espiritual y humana. Les puedo asegurar que
experimento en cada momento la fuerza de sus oraciones. La oración todo lo
puede y las suyas no sólo las agradezco con todo mi corazón sino que me
llenan de ánimo, me comprometen y me llenan de paz y confianza.
Estamos por comenzar la Cuaresma y es un período que la Sagrada
Escritura nos lo describe con un verbo: caminar. Esto se ve en el éxodo del
Pueblo de Israel en el desierto y, de modo particular, en toda la vida de
Jesucristo, que es su peregrinación en la Tierra: el largo caminar de nuestro
Redentor, de nuestro Amigo fiel, de quien pasó haciendo el bien.
Por eso, para nosotros la Cuaresma es un caminar por el desierto, un
momento que puede ser cuando nosotros nos podemos desprender de muchas
cosas, cuando no tenemos nada o cuando experimentamos la sequedad, las
pruebas, las tentaciones o las dificultades. Y ¿qué hacer? Dirigir nuestra
mirada a Dios: «Sólo Tú, Señor». Él es el que llena nuestra vida de sentido, el
que creándonos por amor nos lleva por ese camino, nos conduce a un destino
final que es el Amor Pleno.
Jesucristo recorrió este largo camino y vemos que, al final de su vida, la
entrega de sí mismo en cada momento no fue para llegar a una gloria humana.
Su caminar culminó en el extremo de la Pasión: Getsemaní; la coronación de
espinas y la flagelación; la pasión de María viéndolo y pensando en Él; cómo
lo hemos juzgado de una manera tremenda, ridiculizado y golpeado; cargando
su propia cruz por cada uno de nosotros y muriendo en ella. Y esto
simplemente por amor a ti y a mí.
Pero es una Cuaresma que acaba en la Resurrección y es lo que nos debe
llenar de esperanza. Él al resucitar nos ha dado la nueva vida, y por eso el
hombre está llamado a ser feliz, porque Dios lo ha llamado a la felicidad
suprema. Él nos abrió estas puertas enseñándonos el camino y el fin, que es su
mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti
mismo.
La Cuaresma es también tiempo de oración. Es un buen momento para
examinar cómo oramos y agradecer a Dios lo que esto significa. San Pablo
repetía: rezad sin interrupción. La oración es una conversación íntima con
quien sabemos que nos ama, saber escucharlo. Además, Él es el que toma la
iniciativa, el que quiere estar con cada uno de sus hijos: «estoy a la puerta de
tu casa, si me abres entraré y me quedaré a cenar contigo» (cf. Libro del
Apocalipsis). Nosotros tenemos la manija de la puerta, Él entra y se queda a
cenar con nosotros. Y podemos decir como los discípulos de Emaús: «Señor,
quédate con nosotros que se hace tarde. Contigo todo es diferente».
En este contexto de oración y de camino cuaresmal, quisiera reflexionar
con ustedes la oración que Cristo mismo nos enseñó, el Padrenuestro. Espero
que estas reflexiones, dictadas a voz alta, les puedan ser de ayuda para este
período que iniciamos con toda la Iglesia y que también sean un modo de
manifestar mi cercanía y gratitud por todo lo que ustedes son y me han dado
en este tiempo.
1. Padre Nuestro:
Cuántas meditaciones podemos hacer a lo largo de toda nuestra vida
diciéndole a Dios un «gracias» por ser un Padre infinitamente bondadoso:
«Señor, en tu Omnipotencia se refleja el amor que no tiene límites, que se
inclina hacia mí, que nos da cariño, que anhela estar con sus hijos».
La oración de Jesucristo está en plural: Padre Nuestro. No es una petición
individual, porque todos somos creados por Él a imagen y semejanza suya. ¿Y
cuál es esta imagen y semejanza? El amor. Somos una familia, hijos del
mismo Padre amoroso. Y aunque seamos de diferentes culturas o
circunstancias, sabemos que para el cielo el pasaporte es el mismo: el amor.
¡Qué tristeza contemplar las divisiones, las guerras, tantas situaciones
dolorosas! Debemos meditar que si somos hijos del mismo Dios somos una
familia, un solo cuerpo. Que nos recuerden con aquellas palabras de los
inicios del cristianismo: «mirad cómo se aman».
2. Que estás en los cielos:
Dios nos hace ver el cielo. En este periodo que Dios me invita a ofrecer,
esta meditación me es muy cercana. No imaginamos lo que es el cielo, pero
podemos experimentar tantos signos maravillosos que van reflejándolo. No
sólo en la naturaleza, que tanto nos acerca a Dios, sino también en el corazón
y bondad del hombre. Yo lo he visto cada día en cada uno de ustedes: es ya un
pedazo del cielo que vivimos aquí en la tierra.
El sentido apostólico de nuestra vida es justamente esto: transmitir este
amor y este anhelo por la eternidad. No tanto darnos, sino caminar hacia el
cielo con esperanza y no con un “a ver si llego”, sino con la seguridad y
alegría de que Dios nos llama y nos da todos los medios para llevarnos, como
Buen Pastor, a nuestra Patria definitiva.
3. Santificado sea tu nombre:
Le pedimos esto a Dios como hijos y creaturas suyas. Nosotros no nos
dimos la vida, no colocamos en nuestro interior la capacidad de amar, los
dones que Él nos ha dado para llegar a la plenitud en el amor. Lo hemos
recibido todo y por eso queremos que su nombre sea santificado, que sea Él el
Señor de nuestra vida. Y eso nos llenará de paz y gozo: «Señor, que Tú seas
todo para mí».
Cuando vivimos esta realidad, evitamos la esclavitud de ser nosotros los
importantes, buscando la gloria del mundo, que es un mero espejismo. Creo
que a veces es más difícil manejar las situaciones de halagos que las de
fracasos o dificultades. ¿Qué hacer? Cristo nos los dice: «Sed santos como
vuestro Padre celestial es santo». Estamos hechos a imagen de Dios y nuestra
vocación a la santidad es participar de la santidad de Él, realizando su querer
y dándonos a Él y a nuestros hermanos los hombres. En este contexto cada
jornada debe ser santificada y vivida desde arriba, desde aquello que no
termina. Esto significa ser apóstoles del nombre y del amor de Dios.
4. Venga tu Reino:
Es nuestro lema, nuestra vocación. Dios nos llama a extender este Reino de
amor. Nuestra vida no es hacer apostolado, sino ser apóstoles del amor de
Cristo. Y, ¿cómo es este Reino? Particularmente con dos características:
Que el «Venga tu Reino» nos llene de entusiasmo apostólico. ¡Cómo sería el mundo con el amor como la fuerza de nuestra vida! «El amor es más fuerte». ¡Cuántas veces escuchamos a Juan Pablo II decirnos: abre tu corazón de par en par, deja entrar a Cristo en tu corazón! El amor es más fuerte que el temor y que la muerte.
5. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo:
a. Reino de la humildad: por eso Dios se nos revela como manso y humilde.
Cuando le pedimos «Señor, haz mi corazón semejante al tuyo», es pedirle que
nos haga humildes. Y así es como tenemos paz, así es cuando Dios nos libera
de la esclavitud del orgullo. Todos queremos ser felices, pero ¿está la
felicidad en aquellas cosas que pasan? La felicidad de Dios es más profunda:
es reconocer a Dios como el Padre de nuestra vida.
b. Reino de la caridad: es un don de Dios, pues no es sólo hacer el bien, sino
comunicar el rostro de Dios a todos. No es dar lo que tengo, sino darme a mí
mismo, en lo pequeño y en lo grande. Una experiencia de estos días. Un poco
antes de la operación, me encontré tantas personas llenas de caridad. En el
aeropuerto de Hartford, la señora que se encargaba de los boletos vio que no
estaba bien y me pidió que no volara. Llamó a los paramédicos y ellos, con
grandísima bondad, hicieron un pequeño examen y me dijeron: «Padre, sé que
quizás no le guste, pero no puede volar». Me subieron a una ambulancia y,
desde entonces, ya no me acuerdo de nada hasta después de varios días. Y lo
que recuerdo cuando abrí los ojos, fueron los gestos de cercanía y de consuelo
de la gente que estaba ahí al lado: mis hermanos legionarios y mis hermanos y
hermanas del Movimiento, representándolos a cada uno de ustedes; tantos
amigos; la cercanía de mi familia (mis hermanas y mi hermano); los padres
que me cuidaron y me cuidan con tantísima caridad; el P. Sylvester que vino
especialmente a verme. Recuerdo muy poco, pero sí recuerdo el consuelo, las
palabras de apoyo; se me quedaron muy grabadas. Es la caridad que no tiene
límites, es el vivir las obras de misericordia con todo el corazón, siguiendo la
fuerza del Espíritu Santo Consolador. Es esa caridad que se transmite aún sin
darse cuenta: una palabra, una mirada, un gesto ordinario o incluso heroico.
Que el «Venga tu Reino» nos llene de entusiasmo apostólico. ¡Cómo sería el mundo con el amor como la fuerza de nuestra vida! «El amor es más fuerte». ¡Cuántas veces escuchamos a Juan Pablo II decirnos: abre tu corazón de par en par, deja entrar a Cristo en tu corazón! El amor es más fuerte que el temor y que la muerte.
5. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo:
El salmo 118 nos dice «tu voluntad es mi delicia, cuánto amo tu voluntad».
Cuando le decimos «Hágase tu voluntad» simplemente le ofrecemos nuestra
vida para ser feliz. ¿Cuál es la Voluntad de Dios? Que seas feliz, que vivas en
el amor, en la alegría profunda de decir: «Señor, lo que Tú quieras y como Tú
lo quieras es, por mucho, lo mejor». A veces nos da miedo lo que Dios quiere de nosotros, pero Él sabe. Sus caminos no son los nuestros; son infinitamente
superiores.
Y el «hágase tu voluntad» no es sólo para mí, sino que lo rezamos como
familia. Es una invitación a comunicar este gozo de estar unidos como
hermanos en la voluntad del Padre: «Vuestra caridad sea sin fingimiento;
detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los
otros; estimando en más cada uno a los otros» (Rom 12, 9-10). Queremos que
nuestros hermanos también realicen el querer de Dios. Todos estamos heridos
por el pecado y es más fácil cumplir la propia voluntad y querer sobresalir de
los demás. Pero hay que buscar que sea el otro más amado, más estimado.
Que cuando nos pregunten «¿cómo estás?», la mejor respuesta sea: «si tú
estás bien, yo estoy bien, pues quiero estar contigo en las buenas y en las
malas».
6. Danos hoy nuestro pan de cada día:
Jesucristo en el desierto asocia el pan a la voluntad del Padre. «Señor,
danos, hoy, la fuerza, para discernir cuál es mi verdadero alimento: la
Eucaristía». En estos días que no estaba consciente, al despertarme –era el 6
de enero– me di cuenta que hacía varios días que no había recibido la
Eucaristía. Y se me vino a la mente la idea de que estaba la misa del Papa, la
de Epifanía. Y ahí en la terapia intensiva, estaba una televisión que era difícil
seguir, pero una enfermera puso la misa del Papa. Recuerdo poco, pero sí
recuerdo el anhelo de recibir a Cristo y me di cuenta que, como en la Epifanía,
Jesucristo nos hace ver la luz y ahí, en la Eucaristía, todo es posible. Como
sacerdotes, cuando estamos consagrando, qué maravilloso es escuchar a
Cristo: «Hijo, ¡gracias porque puedo estar en tus manos y puedo también estar
en el corazón de todos los hombres».
Por otro lado, pedimos todos los días por la gente más necesitada, la más
pobre. ¡Cuánto quisiéramos aliviar la pobreza de tantos! Gracias a Dios, ya se
hace mucho bien: orfanatos, asilos, hospitales. Y la caridad es justamente la
forma como todos los hombres más nos unimos.
7. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden:
¡Qué petición tan maravillosa!« Perdóname Señor por lo que te he herido
en el prójimo, perdóname por todo lo que no hice y que tú hubieras querido
hacer por medio de mí. Perdón, Señor, por mis ofensas». El pecado es la
tristeza profunda del hombre.
El pedir perdón y el perdonar nos libera. Todos somos pecadores y
sentimos el remordimiento por nuestros pecados. Pero eso no nos debe quitar
la paz. Dios es tan bueno que nos ama estemos o no en pecado. Como Padre de misericordia sale corriendo a abrazarnos y hace que en el pecado sea
cuando experimentemos más su amor. ¡Qué bueno es Él! Y esto es lo que
sucede cada vez que acudimos a la confesión; es el abrazo de Dios
diciéndonos: «Hijo, qué feliz estoy contigo». Y más que un exponer nuestras
faltas es un encuentro íntimo con Jesucristo, que verdaderamente me sana. Él,
como Buen Pastor, no sólo va delante de nosotros, sino también detrás de
nosotros, para que no nos quedemos con remordimientos o pensamientos que
puedan desanimarnos, sino que nos dice un «ánimo, yo te amo».
El perdón nos hace también ser más compasivos con el prójimo. ¡Cuánto
nos condiciona el creernos mejores que los demás! La oración de San Pedro
es un remedio contra esto: «apártate de mí, porque soy un pecador». ¡Cuánto
libera perdonar de corazón, sin la esclavitud del rencor, sin el querer que al
otro le vaya mal de alguna manera! En lo personal sólo he recibido beneficios,
pero incluso en los momentos en que uno tiene que perdonar hay que intentar
no guardarse nada, sino al contrario: pedir por ellos y pedir por los que
nosotros hemos lastimado.
Dios no nos quiere triste, Dios nos quiere en paz y feliz. Por eso, del
perdón brota también la caridad, el deseo de que todos experimentemos el
amor de Jesucristo, que lo conozcamos más para enamorarnos más.
El otro día, antes de una de las radiaciones, le decía a una enfermera:
«Cuánto sufrimiento debe ver todos los días». «Sí -me respondió- mucho». Y
yo le dije: «Pero ¡qué feliz debe de verla Dios a usted y qué feliz debe estar
usted al ver cuántos dolores alivia y cuánto bien hace, a cuántas personas
usted está curando». Y la enfermera me respondió: «Soy profundamente feliz
dando y aliviando de alguna manera el dolor de los demás». Esta es caridad
auténtica: darse sin otra recompensa que el alivio del corazón del otro.
8. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal:
Para la tentación, Jesucristo nos recomienda que vigilemos y oremos. Para
eso, lo primero es reconocer que somos frágiles, que todos somos tentados.
Pero no nos debe atemorizar, pues Dios nos da muchas más gracias y fuerzas
de las que necesitamos para vencer la prueba de cualquier tipo. La tentación
es una oportunidad para volver a Él, para renovar nuestro amor, para decir:
«Señor, yo sé que contigo todo lo puedo».
Hay un texto muy hermoso de San Agustín que habla de las tentaciones de
Jesús en el desierto. Ahí se pregunta ¿por qué fue tentado Jesús? Y responde:
para que nos demos cuenta que no estamos solos en la tentación. Él quiso ser
tentado por nosotros y de ahí saldrán verdaderas bendiciones para que
podamos asemejarnos más a Cristo y experimentar la fuerza de Dios.
Llevamos un tesoro en vasijas frágiles y las pruebas son las manos del Alfarero que van moldeando nuestra vida, ayudándonos a darnos cuenta de los
talentos que tenemos y que debemos ponerlos al servicio del amor a Dios y al
prójimo. Por eso, tenemos que ser realistas: nuestra vida es un camino que
pasa por la prueba, por la cruz. Pero, al mismo tiempo, debemos tener la
certeza de que el Amor es mucho más fuerte y será Él, si nosotros le dejamos,
el que nos librará del mal.
Me alegra mucho compartir estas reflexiones, que durante este período he
tenido en el corazón buscando unirme más a ustedes y expresarles mi gratitud.
Antes de terminar, agradezco mucho a los padres que han transcrito estas
palabras en esta carta para que les lleguen a ustedes. También quisiera de
modo particular agradecer las muestras de cercanía de numerosos obispos y
de representantes de diversos movimientos y asociaciones religiosas: mil
gracias de corazón, a nombre de la Legión y el Movimiento. Cada uno
estamos en la parcela que Dios nos ha encomendado según nuestro carisma en
este campo maravilloso de nuestra Iglesia, unidos con toda nuestra fuerza para
predicar el Evangelio y servir con el corazón y sin límite alguno a nuestros
hermanos los hombres; la caridad es la fuerza de nuestra Iglesia. Les invito a
seguir orando por el Papa Benedicto, por su salud y por todas sus intenciones.
Y, por supuesto, aprovecho para agradecer al Cardenal Velasio De Paolis por
su guía paterna y segura en este camino providencial de renovación.
Colocamos toda nuestra vida en manos de la Santísima Virgen. Qué
maravilloso descubrir su mirada serena, cariñosa, tierna, que te llena de paz,
que está todo el día velando por ti. A Ella pido de corazón por cada uno de
ustedes en el inicio de esta Cuaresma. Un abrazo fuerte y les pido una oración.
NB. Terminé de grabar esta carta la semana pasada y la envío después de conocer la noticia de la renuncia del Papa Benedicto XVI. Le agradecemos profundamente su servicio y este gesto de humildad y de amor a la Iglesia. Les invito a todos a agradecer mucho al Papa, a acompañarle en la oración y a renovarle nuestra adhesión y fidelidad total.