martes, 27 de noviembre de 2012

Que Cristo sea el Rey de nuestros corazones


Carta del P. Álvaro Corcuera, L.C. para la solemnidad de Cristo Rey 2012, día del Regnum Christi.                                    


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¡Venga tu Reino!

23 de noviembre de 2012.


A los legionarios de Cristo y a los miembros del Regnum Christi

Muy estimados en Cristo,

La solemnidad de Cristo Rey es cada año para nuestra familia una ocasión muy especial para unirnos, sobre todo en la Eucaristía y en el deseo de que Jesucristo sea el Rey de nuestros corazones.

Cuánto quisiera poder agradecerles como merecen sus oraciones, sus palabras y sus notas. Me es imposible poder expresar con palabras toda la gratitud que les tengo. Cuánto renueva y llena de ánimo su amor a Jesucristo, su respuesta a la acción amorosa de Dios, a la Iglesia y al Movimiento, su deseo de extender el Reino. Jesucristo nos hace ver que todo lo que Él permite nos lleva a amarle más, nos conduce a la meta de todo cristiano, que es la santidad.  Realmente, su amor nos sorprende a cada paso. Cada vez le agradezco más a Dios el don de haber sido llamado a formar parte de esta familia.

Muchas veces, al inicio de lo que escribimos, ponemos: «¡Venga tu Reino!» ¿Qué es lo que tiene Jesucristo que es capaz de cambiar el corazón de los hombres? ¿Qué hay en Él que ha llenado de sentido nuestras vidas? Sabemos que Él reina en nuestro corazón de un modo que no lo podemos expresar. Es silencioso, amable, exigente, suave, bondadoso, cálido. Se trata del Cristo Rey que contemplamos en el Evangelio, cuyo reino no es de este mundo. Reina sirviendo, amando, sufriendo por nosotros. Meditar en Cristo como Rey es contemplar la imagen de Jesucristo ultrajado y crucificado, que nos hace ver que nos amó hasta el extremo y que pide que nuestra respuesta sea también amar con todo nuestro corazón, sin esperar nada a cambio. Una respuesta que es un «sí» en cada momento de nuestra vida, en lo pequeño y en lo grande. Para quien tiene a Cristo como el Señor de su vida, todo le lleva a experimentar la alegría de la donación, aun en medio de las mayores pruebas, como vemos en la historia de tantos santos y mártires.

Su reinado no es de protagonismo, de ser más o de tener más. Es un reinado de mansedumbre y humildad, su corona es de espinas, su autoridad es servicio. Cuando pensamos que Él es Dios y, sin embargo, lo vemos así, no podemos sino corresponder diciéndole: «¡aquí estoy, Señor!» Con tu gracia, sin importar el precio, en las buenas y en las malas, en los momentos alegres y tristes, en las  tribulaciones y fatigas. Siempre sabemos que el amor es más fuerte y, por eso, el reinado de Cristo nos transforma. Quien contempla tanto amor, no es que «haga apostolado», sino que siempre es apóstol. El Reino de Cristo es un «sí» total, por puro amor. Al considerar este amor de Cristo por cada uno de nosotros,  nos sentimos lanzados a extender su Reino por todo el mundo, en cada persona que nos encontramos, en la familia, en la sociedad. Nuestro lema, «¡Venga tu Reino!» se transforma así en un aliciente e incentivo para ser sus apóstoles.

Nuestra confianza está puesta en nuestro Rey, a quien contemplamos en su trono en el cielo, dirigiendo nuestra historia con sabiduría y providencia amorosa. En estos días leíamos la carta de san Pablo a los colosenses, que es todo un programa de vida: «buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3,1). Especialmente en estos momentos, cuánto nos ayuda mirar todo desde la perspectiva de la eternidad. Vivimos situaciones que no podemos considerar sólo humanamente, sino llenos de fe, esperanza y caridad, para seguir luchando y entregando nuestras vidas con entusiasmo renovado.

Más que nunca nos necesitamos como hermanos, apoyándonos y sosteniéndonos unos a otros. En la misma carta, dice san Pablo: «revestíos del hombre nuevo… como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos» (Col 3,10-15). Hoy agradecemos de modo especial a Dios nuestro Señor por habernos llamado a ser parte viva de la Legión y del Movimiento, donde pone a nuestro lado hermanos y hermanas como ustedes.

Es el amor lo que nos permite salir adelante en las tormentas. En una de sus últimas audiencias, Benedicto XVI decía que «la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo que remite más allá de uno mismo; es experiencia de un bien que lleva a salir de sí y a encontrase ante el misterio que envuelve toda la existencia» (Audiencia, 7 de noviembre de 2012). Todos hemos experimentado que, cuando nos miramos demasiado a nosotros mismos, el panorama se ensombrece. Por el contrario, todo cambia cuando vivimos pensando en Cristo, en la misión que nos encomienda, en tantas almas necesitadas de su amor.

El amor siempre nos mueve a más. «Caritas Christi urget nos». Nuestra respuesta de cada día, nuestra respuesta hoy, la de cada uno de nosotros, es importante para Cristo, para la Iglesia, para el Regnum Christi. Decía también el Papa en la misma audiencia: «Aprenderemos así a tender, desarmados, hacia ese bien que no podemos construir o procurarnos con nuestras fuerzas, a no dejarnos desalentar por la fatiga o los obstáculos que vienen de nuestro pecado». En la medida en que confiemos en el poder y la fuerza de Cristo Rey, y no en nuestras propias capacidades, podremos ser instrumentos de la gracia y ayudar a muchos hombres y mujeres a encontrarse con Él. Para eso nos ha llamado.

Aprovecho para agradecerles de nuevo y pedir juntos a Dios que nos siga guiando en nuestro camino de renovación. Ahí tenemos los «Lineamientos» para seguir reflexionando y asimilando lo que significa ser seguidores de este Rey, predicadores del Reino de Cristo.

Dios les bendiga mucho y la Santísima Virgen nos acompañe y nos proteja.

Afectísimo en Cristo, Alvaro Corcuera, L.C.